lunes, 6 de diciembre de 2010

Jesús como centro de nuestras vidas



 Desde el Antiguo Testamento hasta nuestros días, Dios siempre ha querido recuperar a la humanidad para que pueda disfrutar de la vida eterna. Así fue preparando a su pueblo a través de los profetas, hasta llegar a encarnarse en Jesús, que muere y resucita para siempre, dejando su ejemplo de vida y su palabra que es la palabra de Dios. La resurrección de Jesús da sentido a la muerte, pues nuestra muerte no es nuestro fin como ser humano, sino el medio para volver a su destino final: vivir eternamente con Dios.

Todo el que sigue a Jesús, da luz a todo lo que hay a su alrededor. Es la acción del Espíritu de Dios lo que hace que esa fidelidad del hombre a Cristo se traduzca en un impulso hacia la transformación personal e influencia en su entorno. Para el discípulo de Jesús, todas las actividades humanas y en todas las circunstancias de la vida: en el trabajo, en la familia, en la comunidad, van teniendo como meta que el Reino de Dios en este mundo sea una realidad. Todas las acciones que parten de la coherencia con la propia conciencia se encaminan hacia el bien, porque Jesús, como encarnación del bien supremo, atrae a todo hacia Sí; por ello, aun los no creyentes, al hacer el bien están construyendo el Reino de Dios. Todo el que tiene fe y sigue a Jesús imitando su ejemplo de vida, siempre está lleno de paz y de amor, aún en los peores momentos, porque es Dios quien le da fuerza y le sostiene: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” , dice el Salmo. 

Estoy firmemente convencido de que el servicio a los demás, la caridad, la esperanza y sobre todo el amor, que Jesús nos enseña, es el único camino capaz de llevar a esta sociedad a buen puerto; porque todo se ha intentado ya en los cientos de años de historia de nuestra civilización; las estructuras sociales y políticas basadas en el poder no han hecho de este mundo el Reino de Dios; solo la transformación personal de los individuos que forman el entramado de la sociedad conseguirá un mundo de paz y justicia verdadera; y que mayor y mejor transformación que la de poner a Cristo como ejemplo perpetuo a seguir en nuestras vidas.

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